El Santo Padre recordó a su antecesor, Benedicto
XVI, y llamó a "custodiar la creación" de Dios para no dar lugar a la
"destrucción"
Las palabras más mencionadas en el discurso. Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino
en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal:
es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor.
Le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.
Hemos escuchado en el Evangelio que «José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado,
y recibió a su mujer» (Mt 1,24).
En estas palabras se encierra ya la la misión que Dios confía a José, la de ser custodio.
¿Custodio de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II. (.)
¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio,
pero con una presencia constante y una fidelidad y total, aun cuando no comprende.
José es custodio porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad,
y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado,
sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea,
y sabe tomar las decisiones más sensatas.
En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios,
con disponibilidad, con prontitud;
pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana:
Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás,
salvaguardar la creación.
Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos,
sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana,
corresponde a todos.
Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación,
como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís:
es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos.
Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor,
especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles
y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón.
En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre,
y es una responsabilidad que nos afecta a todos.
Sed custodios de los dones de Dios.
Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad,
cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos,
entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido.
Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen "Herodes"
que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.
Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad:
seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza,
guardianes del otro, del medio ambiente;
no dejemos que los signos de destrucción y de muerte
acompañen el camino de este mundo nuestro.
Pero, para "custodiar", también tenemos que cuidar de nosotros mismos.
Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida.
Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos,
nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas:
las que construyen y las que destruyen.
No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.
Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder.
Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? (...)
Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa,
para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso
en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde,
concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar
a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad,
especialmente los más pobres, los más débiles (...).
También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris,
hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza
. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor;
es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes;
es llevar el calor de la esperanza.
Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José,
la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo,
está fundada sobre la roca que es Dios.
Imploro la intercesión de la Virgen María, de San José, de los Apóstoles San Pedro y San Pablo,
de San Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Recen por mí.
Extraído de la red
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