jueves, 20 de octubre de 2016

Te quiero- Poldy Bird.

                                                                                   


Te quiero.
Te quise desde que me convertiste en jarra de barro para el agua,
 panera para el pan, frutera para el sol, redondo nido para la canción.
Eras un latido embarullando los latidos de mi corazón y mi cuerpo te mecía 
con el ritmo de tres sílabas: te-quie-ro.
Mis pasos jóvenes hacían repicar la frase en las veredas.
No tenías nombre ni color de ojos, no tenías batitas todavía... y yo ya te quería.
No sabía casi nada, pero sabía que te quería.
Yo, una muchacha un poco torpe, totalmente ignorante de la ciencia, 
hice lo que ni los más grandes científicos de los siglos de los siglos 
pudieron hacer con toda su sabiduría: una criatura.
Gracias a ti fui reina, cucharada de sopa, madejita de lana, ala de colibrí,
 hojita de cuaderno, ola, espuma, montaña.
Te quiero.
Porque no fui yo quien te dio a ti la vida, sino que fuiste tú la que me hizo vivir.
Yo que fui huérfana desde pequeña, que a todos les preguntaba cómo me había 
querido mi mamá... y no podía armarla con las palabras y los recuerdos que los
 otros me daban de ella... dejé de ser huérfana el día que naciste
Me diste una mamá. Mi mamá.
Mientras te amamantaba, pensaba: así mi madre me habrá dado de mamar.
Y cuando te cantaba, y cuando te llevaba de la mano a la plaza, y cuando te curaba
 la rodilla raspada, y cuando te peinaba el flequillo rebelde reconstruía a aquella 
que fue brisa fugaz, beso apurado, vuelo de alondra, leve pisada sobre el mundo.
Te quiero.
Tuve mucho miedo de dejarte sola. Por eso, cuando estuve tan enferma, peleé
 a brazo partido con la muerte y le dije que no, que no me iba,
 que ni raíz ni cielo sería, que me quedaba aquí, a tu lado, viva.
Te quiero.
¡Qué lástima que no haya podido clavarme las espinas que rasguñaron tus pies
 en el camino! Ni ser un dique que no dejara llegar el llanto hasta tus ojos.
Ansío lo mejor para ti, y sin embargo te riño.
Sólo quiero ternura para tu vida... y a veces me pongo tan dura.
Mis excusas son torpes, pero tal vez te sirvan: nadie puede dar lo que no tiene,
 y nadie tiene lo que no le han dado.
Fue tan poquitito lo que tuve, que lo que te di lo fui juntando día a día, 
me lo inventé, lo fabriqué yo misma haciendo de pesares ramitos de alegría,
 de soledades, soles; de temores, palabras encendidas.
Pero entre los soles y los ramos de risas y las palabras como hilván de plata...
 se entremezclaron piedras, nubes, grises, tormentas.
¿Serás capaz, mi niña, de quitar con tus manos la maleza y dejar el buen campo preparado para la siembra?
Dime que sí, que al apretar tus manos con mis manos les transmití mi fuerza,
 la fuerza con la que lucho y he luchado. 
Dime que sí, que sabes, aunque no te lo diga, cuál es mi verdadera herencia, 
la que quiero dejarte para que seas realmente rica: no mis dos cadenitas de oro, 
mi reloj, esta casa... no mi cuentas prolijas, mis desparejos negocios, 
el inventario de todo lo que tiene un peso y un valor para los comerciantes
 de esta tierra...
No habría dinero suficiente en todos los bancos para pagar mi herencia.
Lo que quiero dejarte cabe en una cajita muy pequeña.
Son solamente dos palabras que al henchirse en el aire ocupan todo el universo.
Dos palabras que quiebran las espadas y detienen las balas.
Dos palabras que ablandan la armadura del enemigo y abren su corazón
 de par en par, igual que una ventana.
Dos palabras que, acompañando el riego, hacen crecer las plantas con un verde asombroso y perfuman sus flores y endulzan los frutos y hacen que vuelen alto
 los pájaros y que lo que nos hiere duela menos y que los que amamos sean felices
 y que los que ya no están entre nosotros vuelvan al mundo por el claro
 camino del recuerdo...
Dos palabras, no más.
No te avergüences de decirlas mirándolo a los ojos al amigo, endulzando
 el oír del compañero, arrebolando con tu rubor las rosas.
Porque esas dos palabras que a todos les cuesta tanto pronunciar, 
esas que hacen bajar la voz a quien las dice... 
son cuna del niño que no tiene cuna, trigo del sembrador que perdió la cosecha, lazarillo del ciego, la sal del mar, el canto del jilguero...
 Dos palabras, no más. 
Y sin embargo, tanto.
Mi herencia. Te la voy dando en vida, porque el que da esta herencia se enriquece
 y quien la recibe nunca jamás termina de gastarla, porque jamás se gastan estas dos palabras:
Te quiero.
Hija mía, te quiero.
También te dejo todo lo utilitario y mínimo por si quieres usarlo, pero no vale un
peso comparado con esto.
*******************
EN ESE ENTONCES YO CREIA QUE MORIRÍA PRIMERO.
 Gracias Dante por compartir.
Un abrazo. 

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