Te quiero.
Te quise desde que me convertiste en jarra de barro
para el agua,
panera para el pan, frutera para el sol, redondo nido para la
canción.
Eras un latido embarullando los latidos de mi
corazón y mi cuerpo te mecía
con el ritmo de tres sílabas: te-quie-ro.
Mis pasos jóvenes hacían repicar la frase en las
veredas.
No tenías nombre ni color de ojos, no tenías
batitas todavía... y yo ya te quería.
No sabía casi nada, pero sabía que te quería.
Yo, una muchacha un poco torpe, totalmente
ignorante de la ciencia,
hice lo que ni los más grandes científicos de los
siglos de los siglos
pudieron hacer con toda su sabiduría: una criatura.
Gracias a ti fui reina, cucharada de sopa, madejita
de lana, ala de colibrí,
hojita de cuaderno, ola, espuma, montaña.
Te quiero.
Porque no fui yo quien te dio a ti la vida, sino
que fuiste tú la que me hizo vivir.
Yo que fui huérfana desde pequeña, que a todos les
preguntaba cómo me había
querido mi mamá... y no podía armarla con las palabras
y los recuerdos que los
otros me daban de ella... dejé de ser huérfana el día
que naciste
Me diste una mamá. Mi mamá.
Mientras te amamantaba, pensaba: así mi madre me
habrá dado de mamar.
Y cuando te cantaba, y cuando te llevaba de la mano
a la plaza, y cuando te curaba
la rodilla raspada, y cuando te peinaba el
flequillo rebelde reconstruía a aquella
que fue brisa fugaz, beso apurado, vuelo
de alondra, leve pisada sobre el mundo.
Te quiero.
Tuve mucho miedo de dejarte sola. Por eso, cuando
estuve tan enferma, peleé
a brazo partido con la muerte y le dije que no, que
no me iba,
que ni raíz ni cielo sería, que me quedaba aquí, a tu lado, viva.
Te quiero.
¡Qué lástima que no haya podido clavarme las
espinas que rasguñaron tus pies
en el camino! Ni ser un dique que no dejara
llegar el llanto hasta tus ojos.
Ansío lo mejor para ti, y sin embargo te riño.
Sólo quiero ternura para tu vida... y a veces me
pongo tan dura.
Mis excusas son torpes, pero tal vez te sirvan: nadie
puede dar lo que no tiene,
y nadie tiene lo que no le han dado.
Fue tan poquitito lo que tuve, que lo que te di lo
fui juntando día a día,
me lo inventé, lo fabriqué yo misma haciendo de pesares
ramitos de alegría,
de soledades, soles; de temores, palabras encendidas.
Pero entre los soles y los ramos de risas y las
palabras como hilván de plata...
se entremezclaron piedras, nubes, grises,
tormentas.
¿Serás capaz, mi niña, de quitar con tus manos la
maleza y dejar el buen campo preparado para la siembra?
Dime que sí, que al apretar tus manos con mis manos
les transmití mi fuerza,
la fuerza con la que lucho y he luchado.
Dime que sí,
que sabes, aunque no te lo diga, cuál es mi verdadera herencia,
la que quiero
dejarte para que seas realmente rica: no mis dos cadenitas de oro,
mi reloj,
esta casa... no mi cuentas prolijas, mis desparejos negocios,
el inventario de
todo lo que tiene un peso y un valor para los comerciantes
de esta tierra...
No habría dinero suficiente en todos los bancos
para pagar mi herencia.
Lo que quiero dejarte cabe en una cajita muy
pequeña.
Son solamente dos palabras que al henchirse en el
aire ocupan todo el universo.
Dos palabras que quiebran las espadas y detienen
las balas.
Dos palabras que ablandan la armadura del enemigo y
abren su corazón
de par en par, igual que una ventana.
Dos palabras que, acompañando el riego, hacen
crecer las plantas con un verde asombroso y perfuman sus flores y endulzan los
frutos y hacen que vuelen alto
los pájaros y que lo que nos hiere duela menos y
que los que amamos sean felices
y que los que ya no están entre nosotros
vuelvan al mundo por el claro
camino del recuerdo...
Dos palabras, no más.
No te avergüences de decirlas mirándolo a los ojos
al amigo, endulzando
el oír del compañero, arrebolando con tu rubor las rosas.
Porque esas dos palabras que a todos les cuesta
tanto pronunciar,
esas que hacen bajar la voz a quien las dice...
son cuna del
niño que no tiene cuna, trigo del sembrador que perdió la
cosecha, lazarillo del ciego, la sal del mar, el canto del jilguero...
Dos
palabras, no más.
Y sin embargo, tanto.
Mi herencia. Te la voy dando en vida, porque el que
da esta herencia se enriquece
y quien la recibe nunca jamás termina de
gastarla, porque jamás se gastan estas dos palabras:
Te quiero.
Hija mía, te quiero.
También te dejo todo lo utilitario y mínimo por si
quieres usarlo, pero no vale un
peso comparado con esto.
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EN ESE ENTONCES YO CREIA QUE MORIRÍA PRIMERO.
EN ESE ENTONCES YO CREIA QUE MORIRÍA PRIMERO.
Gracias Dante por compartir.
Un abrazo.
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