Te
envío ese pequeño poema de un amigo mío, leonés ilustre. Es actual,
porque vivimos un momento de odio, pena e incertidumbre.
Los inocentes
no tienen la culpa de las perrerías que hacemos los adultos,
a los que
nos pasarán la cuenta a su debido momento.
Es difícil, además,
mantenerse en el medio ideal, en la imparcialidad,
como también es
difícil hacer algo para evitar tanto dolor a esas pobres
personas que, sin saberlo, incluso, llegan a camuflar a los canallas.
Es difícil amar y saber amar.
Sólo el Señor crucificado nos lo puede
enseñar con maestría sublime,
pero tenemos que acudir a su lado con
humildad.
Un abrazo.
Madrid, una mañana de tantas, un niño falta al
colegio,
Va por una calle, no sabe cuál, de un barrio
cualquiera,
Se distrajo en el camino a la escuela quién sabe por
qué,
Tras la angustia de perderse, asume que está perdido.
Su mirada es dócil, en la piel y en la suerte todo
moreno,
Los niños rubios con ojos azules se pierden menos,
No es porque lleven brújula, GPS o tengan más amor,
Pero sí arraigo, más medios, contexto, vinculación.
Una mujer buena, de las que no tienen prisa, lo vio
y consoló,
Llamó al ciento doce, un número más en el país del
niño,
Vinieron dos
buenos policías, un hombre y una mujer,
Ella lo tomó de la mano y con cariño le preguntó su
nombre.
“Jeremy”, respondió en voz baja, pero sin sollozar,
entero.
Lo oí con el corazón, no sé si por verlo perdido o
tan atendido,
Porque el desvalimiento de la absoluta niñez
trasciende el alma,
Y la solidaridad con amor nos alcanza, remueve y
emociona.
El niño tenía unos ojos negros, grandes como la
inocencia,
Como la esperanza trasmitida por sus padres sin él
saberlo,
Se le veía sufrido, curtido en la gran prueba inmigratoria,
Tranquilo de la
mano amiga, sin derramar una lágrima.
Puede que fuera algo genético heredado de padres y
abuelos,
Cuando ellos secaron sus fuentes lagrimales al cruzar
su mar.
Es triste ver un niño perdido, pero es más triste
que no lo llore,
O no sentir adulta emoción al verlo tan entero y desvalido.
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Dedicado a cuantos quiero y sé que pueden llorar,
porque en el anverso está la felicidad.
Pero sobre todo a quienes ni saben ni
pueden llorar.
Madrid, 16 de enero de 2017
Gracias Vicente Bayarri Tamarit por compartir este
excelente poema de tu amigo,
mi humilde blog está a disposición de penas y alegrías
de toda persona de bien, que quiera expresarse y si no que se obtengan.
Un abrazo para vos y Flia.
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