http://www.marambio.aq/fuerzaaerea.html?mkt_hm=7&utm_source=email_marketing&utm_admin=12&utm_medium=email&utm_campaign=Boletin_de
Gracias a la "Fundación Marambio" por compartir sus novedades.
Saludo Atte.
Son las dos de la madrugada. El silencio es total en la
Sala de Transportes del Complejo Museográfico Enrique Udaondo
de la ciudad de Luján. El murmullo incesante de visitas durante la tarde,
ya no existe. Una suave brisa se cuela por las ventanas enrejadas. Las
siluetas recortadas de la recova parecen estar dormidas.
De repente, un prolongado relincho de Gato y Mancha,
los caballos que unieron Buenos Aires con Nueva York, retumba en la vitrina que
los contiene. Alguien les contesta. Es el caballito de lata que, como
veleta parado sobre la pulpería desde 1821, anunciaba la dirección
de los vientos. Volantas, galeras y diligencias disputan en el crujir de sus
ruedas la rapidez con que llevaban pasajeros ya fueran ilustres o anónimos. La
pesada carreta tirada por bueyes no compite con ellas. Sabe que sus travesías
por los campos a merced de los indios, son interminables.
Las enormes ruedas delanteras de los velocípedos
(primitivas bicicletas) se posicionan como para comenzar la carrera.
La hélice del Plus Ultra ruge cual si fuera a
carretear tomando como pista la avenida que concluye en la imponente Basílica.
Hasta el Papamóvil parece intentar desplazarse entre la
muchedumbre que saluda a su paso con devoción.
Cada uno atribuye a sus proezas, como lo más
importante ocurrido en su tiempo. Nadie puede negar que los hechos
protagonizados, marcaron un antes y un después.
Los caballos se enorgullecen de demostrar por capricho de
su dueño la fortaleza de la raza criolla. Tres años les llevó el
derrotero. Todavía retumban los aplausos y palmadas de la gente al llegar a
algún poblado y la hospitalidad hacia el hombre que los guiaba. El fabuloso
recibimiento en Nueva York, las páginas de los diarios que hablaron de ellos en
una tierra lejana y con un lenguaje incomprensible hicieron que añoraran
regresar a la pampa argentina. La veleta de lata con forma de caballito con sus
escasos treinta centímetros no se siente menos; le cabe el honor de haber dado
nombre a importante barrio de la ciudad de Buenos Aires y el
Ferrocarril del Oeste bautizó una estación como Caballito en
consecuencia.
Un silbato de partida resopla La Porteña desde la sala de
al lado. Quiere recordar que en1857 inauguró el ferrocarril uniendo un breve
tramo desde Once de Setiembre hasta la estación Floresta.
El Plus Ultra se ufana de haber desafiado la inmensidad del
Océano Atlántico en una travesía que muchos pensaban que era una locura.
Viéndolo, es imposible no compararlo con las aeronaves de hoy. ¡Si parece de
juguete!
En la penumbra, silencioso e inmóvil, descansa el
tractor SnoCat 743, marca Tucker, tipo oruga que integró, en 1965, la
expedición al Polo Sur. Con sus brillantes rojo y amarillo atravesó el
blanco níveo del suelo antártico. No tiene hélice que lo haya impulsado
en el aire ni ruedas con que surcara polvorientos caminos. Sus pesados
engranajes desgarraron el hielo en una caravana de diez vehículos que
partió de la Base Belgrano en un esforzado viaje a lo largo de cuarenta y cinco
días hasta tocar el Polo.
El tractor ha arribado a este museo desde Venado Tuerto en
la Provincia de Santa Fe. No fue casual que hubiese estado allí pues
quien lo condujo a lo largo de diez mil kilómetros en el continente
helado fue el Suboficial Mayor Ricardo Bautista Ceppy, oriundo de
esa ciudad.
No lleva chapa patente, sólo la inscripción “Venado
Tuerto” lo identifica. Fue el último en llegar a este museo. Al principio
lo miraron un poco molestos, pues hubo que reacomodarse para dejarle un
lugarcito. El oruga se estremece al recordar el instante en que fue plantada la
bandera argentina y los abrazos que se prodigaron los integrantes de la
esforzada misión mientras el viento helado golpeaba sus rostros. El
tractor se sacude poniéndose en marcha. Aunque ahora es
fotografiado y observado por estudiantes y visitantes variados, añora su
llegada al país a principios de los sesenta para embarcarse rumbo a la
Península Antártica. Un aliento interior empaña los vidrios. ¡Qué no daría por
volver al continente blanco!
El video que los reúne, también descansa. De repente se
enciende y las imágenes toman vida. Carretas, caballos, aviones, trenes,
tractor espían esperando el instante de aparecer en la pantalla. Nadie quiere
perderse el orgullo de verse reflejado. Conversan en voz baja con el vecino tratando
de magnificar su importancia. El retrato de Carola Lorenzini, la primera mujer
aviadora de la Argentina, guiña un ojo al Plus Ultra. La sopanda que
transportaba al General Manuel Belgrano le cuenta a los carruajes
presidenciales, intimidades de su ilustre pasajero. El tractor oruga le
confiesa en tono muy bajito al vehículo en el cual se desplazó Juan Pablo II en
su visita a la Argentina, que extraña la nieve, ese paisaje blanco que
parece no tener fin y en el que sólo las siluetas de los integrantes de la
dotación, con sus trajes anaranjados, parecen darle vida. El Papamóvil asiente
como bendiciendo al compañero antártico.
La charla en la sala de transportes es intensa. Nadie
quiere perderse el relato de hazañas propias y ajenas. Minutos después, el sereno
sorprendido aparece con su linterna e ilumina como ráfaga de luz.
Todos callan y permanecen tiesos en sus sitios hasta que…
estallan en sonora carcajada; es por el sereno, quien al pasar junto al tractor
oruga ha resbalado, desparramando gorra, llaves y todos sus huesos, no con los
pesados engranajes del vehículo, sino por trozos de hielo que se han
desprendido de ellos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Muchas gracias por visitar mi blog y dejar tu comentario!