NUESTRO RECUERDO Y HOMENAJE
AL DR. RAUL RICARDO ALFONSIN
QUIEN PRESIDIERA LOS DESTINOS DE LA NACION
EN EL COMIENZO DE LOS 25 AÑOS DE DEMOCRACIA.
Cuando le tocó gobernar a Raúl Alfonsín, en la Argentina no pululaban
fantasmas del pasado sino que el pasado fantasmal estaba vivo. Tampoco teníamos
necesidad de inventar conflictos artificiales, ya que veníamos de
enfrentamientos reales que nada indicaba como superados.
Incluso el carácter y las ideas del primer presidente democrático no parecían
muy apaciguadores que digamos. Para llegar al gobierno nacional fue con el
peronismo tanto o más duro de lo que el peronismo fue con él.
Parecía encarnar la vertiente más “gorilona” del radicalismo, esa que apenas
toleró al Ricardo Balbín en su acercamiento al último Perón; esa que proponía
volver a la “República perdida” cuando cayó Irigoyen, con el propósito de
borrar todo lo que ocurrió después, en particular el peronismo.
Además, el clima por abajo no aparecía mejor. Las multitudinarias juventudes
radicales cantaban a viva y desafiante voz: “Perón, Evita, devuélvannos la
guita”. Y la respuesta de sus pares peronistas, tampoco nada escasos en número,
retrucaba el odio manifiesto de ese cántico con otro de similar estilo: “Somos
la rabia”.
No obstante, al poco tiempo nomás se pudo ver que ese hombre enojón y peleador,
estaba más dispuesto a sujetarse a la Constitución que levantó como programa de
gobierno, que a las sanguíneas pasiones que lo hicieron llegar a la
presidencia.
Y así, permitiendo que la democracia fluyera con su propia lógica, Raúl
Alfonsín generó en el país de los argentinos una profundísima revolución
cultural, que es la que hoy rescatamos de su memoria. Es porque no queremos
perderla nunca más, que hoy nos acordamos de lo mejor de Don Raúl y somos mucho
más comprensivos con todo lo que se propuso y no logró hacer, con lo que le
faltó y con lo que se equivocó.
Es que cuando el presente se hace urgente, siempre recurre a la historia para
que ésta nos enseñe lo mejor de sí misma y para que impida que se repita lo que
no debe repetirse jamás.
La revolución cultural que Alfonsín impulsó, contó con varios hitos
fundamentales que hoy queremos rememorar.
La democracia de los derechos humanos. El primero y fundamental fue el
juicio a los militares y la investigación que produjo el “Nunca más”. Una
valiente decisión, indispensable para comenzar a cambiar el país de los pactos
corporativos por el de la legalidad. Por eso la política de derechos humanos de
Alfonsín fue la imposición de la justicia en contra de la impunidad, pero
también en contra de la venganza.
No fue, por ende, el gobierno quien juzgó los crímenes ni por sí ni por
interpósita persona, sino que le abrió las puertas enteras a la justicia y a la
sociedad para que por arriba funcionaran las instancias del juicio justo y por
abajo la universalización de los derechos humanos. Con la aspiración de que un
reclamo que al principio fuera de unos pocos, se transformara en un grito de
todos.
Nunca se creyó Alfonsín -y jamás lo vendió así- ni el adalid, ni el inventor ni
el conductor del juicio a los genocidas, sino que sólo hizo de su gobierno el
garante para que la libertad y la justicia, en su pleno devenir, produjeran sus
resultados por sí solos.
Fue así que hizo justicia con los derechos humanos, no política ni venganza.
Pero lo hizo en un momento en que hacer justicia era más difícil y peligroso
que hacer política o vengarse. No fue tibio, sino digno. No fue temerario, sino
prudente. No fue cobarde, sino muy valiente pero nunca buscó con su decisión
fomentar nuevos odios ni librar las luchas del presente con los viejos odios,
sino cerrar las heridas del pasado con justicia y verdad.
La democracia de la paz. El segundo hito fue la paz con Chile, esencial no sólo
para mejorar las relaciones con el país hermano sino también para eliminar
definitivamente del país y el espíritu de los argentinos todo ánimo
belicista.
Porque, conviene recordar, los militares en el poder nos llevaron a la
guerra con Inglaterra recién luego de varios años previos en los que intentaron
-con apoyo también de los militares trasandinos- todos los modos posibles de
llevarnos a la guerra con Chile.
Porque, en un caso o en otro, suponían que una guerra externa sería la
continuación de la “guerra interna”, que les permitiría eternizarse en el poder
o salir de él como héroes.
Alfonsín, con el tratado de paz por el Beagle y el plebiscito correspondiente,
no sólo inició una nueva era de integración continental sino que además cerró
para siempre más de un siglo de vivir al borde del conflicto entre ambos
países.
A partir de su gobierno, toda hipótesis de guerra fue dejada de lado no sólo en
las geopolíticas de ambos países, sino también en el espíritu de gobernantes y
pueblos argentinos y chilenos. Demostrando que quizá la democracia sola no
basta para comer, curar y educar pero sí alcanza, y sobra, para imponer la paz
por sobre la guerra.
La democracia renovada. El tercer hito fundamental de su presidencia fue el de
producir algo más importante que la renovación de su propio partido político.
Porque Alfonsín promovió -no por iniciativa directa sino por crear el
clima propenso para ello- la más importante renovación política del peronismo
en toda su historia.
Así, ya desde 1985 el mismo peronismo que había perdido las elecciones en 1983
frente al radicalismo, por mirar más hacia el pasado que el futuro, decidió en
un crucial vuelco metodológico y conceptual, no competir más con la
“democracia" de Alfonsín sino “robarle” sus banderas. Tarea para lo cual
debió producir una democratización interna fenomenal a la cual nunca antes se
había sentido motivado (aunque, lamentablemente, tampoco jamás se volvió a
sentir motivado luego de Alfonsín).
Así, poco a poco, aquellos que en 1983 aún se consideraban más enemigos que
adversarios, comenzaron a sentirse no sólo competidores legítimos sino también
aliados cuando las políticas de Estado lo exigieran.
La democracia contra el golpismo. Y la oportunidad del encuentro no tardó en
llegar, con lo que podríamos considerar el cuarto hito fundamental de su
gestión: Ocurrió cuando las fuerzas del pasado intentaron -como lo habían hecho
durante los cincuenta años anteriores- derribar otra vez al Estado de
derecho.
Los militares cara pintadas decían pretender meras aspiraciones
sectoriales pero lo que querían era lisa y llanamente un golpe. Y porque
realmente pretendían un golpe, es que todo el pueblo -de cualquier signo
ideológico o de ninguno- se movilizó con todas sus fuerzas en contra del mismo,
por todas las calles de la patria.
Y recién en ese momento, cuando se derribó la intentona con las plenas
armas de la democracia (y aunque luego vendrían un par más de intentonas igual
de fallidas), intuimos -quizá de un modo definitivo- que esta democracia había
venido para quedarse.
La democracia, siempre. El multitudinario adiós a Alfonsín -se cumple hoy un
año- debió haber sido tan extraordinario por la necesidad que los argentinos
tenían (y siguen teniendo) de recordar estas cosas.
De que la democracia es mejor que la violencia, la banalidad o el odio.
Que en democracia hay adversarios pero no enemigos. Que el golpismo y la
violación de los derechos humanos fueron dos tragedias demasiado grandes en la
Argentina como para utilizarlos livianamente de argumentos para las luchas
políticas del presente. Que ambos mortales peligros se los combate con la
unidad nacional contra el golpismo y con la universalización de los derechos
humanos. Como tan bien supo hacer Don Raúl.
Por Carlos Salvador La Rosa -
Extraído de la red.