domingo, 30 de diciembre de 2012

NOCHE DE PAZ´´El Villancico cumple nada menos que 191 años...



Esta es la historia de cómo surgió el tan conocido villancico NOCHE DE PAZ tal como apareció en 1994 en un artículo publicado por la revista Selecciones de Reader's Digest.
 Este año, el villancico cumple nada menos que 191 años...

                         

NOCHE DE PAZ


La nieve caía suavemente sobre las casas de piedra y madera de Oberndorf,
 cerca de Salzburgo.
 Adentro, la gente decoraba con velas, frutas y nueces, unos abetos recién cortados,
 preparándose para la noche más sagrada del año.
Las campanas de la modesta iglesia de la aldea no tardarían en llamar a misa de gallo,
 y los fieles irían a celebrar con rezos y cantos el nacimiento de Jesucristo.

Solamente en la iglesia de San Nicolás no se respiraba alegría aquella tarde.
Corría el año de 1818, y el padre Joseph Mohr, de 26 años,
 acababa de descubrir que el órgano estaba seriamente dañado.
 Aunque presionara con fuerza los pedales, no sacaba más que un rasposo
 silbido del viejo instrumento.
 Mohr estaba desesperado; cuando llegaran a repararlo,
la Navidad habría quedado muy atrás.
Y el joven sacerdote no podía concebir una Navidad sin música.

Este párroco, hijo ilegítimo de una costurera y un soldado,
 tenía talento para la música.
De chico había ganado dinero cantando y tocando en público el violín y la guitarra,
y en sus tiempos de estudiante se había sostenido con lo que obtenía como músico.
 Su tenacidad y su talento llamaron la atención de un clérigo,
que lo convenció de que ingresara en el seminario.

Mohr se ordenó en 1815, y dos años después lo destinaron a la iglesia de Oberndorf. 
Allí sorprendió a sus feligreses porque, además de predicar la palabra de Dios,
tocaba la guitarra, instrumento con el cual pasaba fácilmente de la música popular
 a los himnos religiosos.

Aquella tarde, ante el problema que veía venir, el sacerdote se retiró
 a la quietud de su estudio.
Sabiendo que a los villancicos existentes en ese entonces no les iba bien la guitarra, 
decidió componer uno.
Ya dispuesto, con una hoja de papel en blanco y una pluma de ave,
 se puso a pensar en una familia que había visitado hacía poco para bendecir
 a un recién nacido.
Del recuerdo de la madre que sostenía en brazos a la criatura bien abrigada
a causa del frío invernal, la imaginación de Mohr voló a otro humilde nacimiento,
 ocurrido hacía casi 2000 años.

Comenzó a escribir, y su pluma corría como si la guiara una mano invisible.
Apareció entonces en el papel un estribillo: “Stille Nacht, heilige Nacht!”
En seis estrofas de versos sencillos, como de poema infantil, 
el joven cura relató el milagro de la Navidad.

Quedaba muy poco tiempo cuando terminó,
 y aún faltaba crear una melodía para los versos, antes de la misa de gallo.
 El sacerdote fue a buscar a su buen amigo Franz Xaver Gruber, de 31 años,
 quien enseñaba en la escuela de la vecina aldea de Arnsdorf y,
además, era mejor compositor que él.

A diferencia de Mohr, Gruber se había visto obligado a ocultar su pasión
 por la música porque, al decir de su estricto padre, esta profesión no daba de comer. 
En consecuencia, Franz había tenido que escaparse de su casa por las tardes
 para ir a tomar lecciones de música.
Y aprendió tan bien que un día en que su padre lo oyó tocar el órgano,
cedió y le permitió continuar con sus estudios.

Franz decidió dedicarse también a la docencia.
 En aquella época era común que los maestros de escuela prestaran igualmente
sus servicios de organista y director del coro en la iglesia de la localidad donde trabajaran.
Así pues, cuando Gruber fue enviado a Arnsdorf, 
siempre se le vio con buenos ojos en la vecina parroquia de San Nicolás.

Esa Nochebuena, de acuerdo con los historiadores que reconstruyeron
 los acontecimientos, Mohr visitó a Gruber y a su numerosa familia en la modesta vivienda
que ocupaban arriba de la escuela,
lo puso al corriente de su problema.
Luego le entregó lo que acababa de escribir y le preguntó si podía componer una melodía 
para dos voces, coro y guitarra, a tiempo para la misa de gallo.
Al leer los versos del padre Mohr, Gruber se sintió sin duda conmovido

 por su belleza y su inocencia.
 Entonces se sentó al piano y comenzó a trabajar.

Utilizando tres acordes básicos del repertorio musical,
 el organista entretejió una melodía sencilla y evocadora.
 Luego, ya de noche, se la llevó a su amigo.
Como casi no disponían de tiempo para ensayar, Morh y Gruber
 acordaron que el primero tocaría la guitarra y cantaría la canción,
 mientras el segundo lo acompañaba con su voz de bajo.
Al final de cada estrofa, el coro se les uniría para entonar el estribillo.

A medianoche, los feligreses entraron en la iglesia,
 esperando ver el templo cimbrarse con el sonido del órgano
 mientras iban ocupando los estrechos bancos de madera.
 Pero todo estaba en silencio.
El padre Mohr se encaminó a la nave y con una seña le indicó al maestro Gruber
que se colocara a su lado.
Con la guitarra en las manos,
 debe de haber explicado que el órgano se había averiado,
 pero que la misa de gallo tendría música,
porque Gruber y él habían preparado un villancico.

Mientras Mohr rasgueaba la guitarra, dos melodiosas voces llenaron el recinto.
El coro se les unió cantando a cuatro voces el estribillo.
Los fieles escucharon emocionados tan puro y fresco villancico.
Luego, Mohr procedió a la celebración de la misa,
y los presentes se arrodillaron para orar.
La Nochebuena en la iglesia de San Nicolás resultó de lo más lúcida.

Poco faltó para que la cosa terminara allí. Mohr y Gruber crearon su villancico
 sólo por sortear una dificultad, y posiblemente no pensaban volver a tocarlo.
En la primavera siguiente el órgano quedó reparado,
y al poco tiempo Mohr fue transferido a otra parroquia.
Durante algunos años hubo en torno a aquella composición un silencio tan profundo
 como el de la noche de 1818 que había glorificado.

Sin embargo, para fortuna del mundo, el órgano de San Nicolás volvió a dar lata.
En 1824 o 1825, la parroquia contrató a un célebre constructor de órganos,
llamado Carl Mauracher, para que lo reconstruyera.
 El viejo organista encontró la canción de Mohr y Gruber en el coro de la iglesia,
 y la dimensión universal de su sencillez seguramente lo cautivó.
Cuando Mauracher le pidió que le hiciera una copia de la canción,
 Gruber,que se hallaba supervisando la reparación del órgano, accedió de buen grado.

Al marcharse de Oberndorf, Mauracher se llevó la obra.
Y la gente que después la conoció a través de él quedó encantada 
tanto con la letra como con la melodía.
 Pronto, varias compañías de cantantes tiroleses de estilo popular 
que recorrían Europa la añadieron a su repertorio.

Entre esos cantantes estaba la Familia Strasser.
 Este grupo, integrado por cuatro hermanos de voces angelicales,
 actuaba en las ferias comerciales al mismo tiempo que vendía guantes
 fabricados por la misma familia.
En 1831 o 1832, los Strasser entonaron Noche de paz en una feria de Leipzig.
 Al público le agradó muchísimo. Poco después,
un editor de esa ciudad la publicó por primera vez, identificándola como Tirolerlied,
o “Canción tirolesa”.
 No mencionó ni a Joseph Mohr ni a Franz Gruber.

A raíz de esto, la letra y la música se difundieron con gran rapidez. 
Noche de Paz 
no tardó en cruzar el Atlántico gracias a los Rainer,
 una familia de cantantes populares 
que se presentaba en diversos lugares de Estados Unidos.

En todas partes, el público empezó a creer que Noche de Paz
era más que una canción popular, y hubo quien la atribuyó a uno de los Haydn.
 Entre tanto, en sus respectivos pueblos, Gruber y Mohr ignoraban la fama 
que su composición estaba alcanzando.
En 1848, el padre Mohr murió de pulmonía, sin un centavo en el bolsillo.
Nunca supo que su villancico había llegado a los rincones más remotos de la Tierra.

Gruber se enteró del éxito de la canción en 1854, 
cuando el concertino del rey Federico Guillermo IV de Prusia comenzó a indagar su origen.
 Al recibir la noticia, Gruber, entonces de 67 años,
envió a Berlín una carta en la que le explicaba cómo había nacido la canción.

Al principio, casi ningún estudioso creyó que dos personas tan humildes hubieran
 compuesto un villancico tan famoso.
 A la muerte del viejo maestro de escuela, acaecida en 1863,
todavía se dudaba de su autoría.

Hoy ya no hay controversias acerca de quiénes compusieron la canción.
En Austria se erigieron monumentos en honor de Mohr y Gruber, y el legado
de estos hombres se ha convertido en parte esencial de la celebración de la
 Navidad en todo el mundo.
 William Studwell, experto en villancicos, dice:
“Noche de Paz es el símbolo musical de la Navidad”.

Es verdad: hoy se canta en los cinco continentes y en muchas lenguas,
desde el alemán hasta el japonés, desde el suahilí hasta el afrikans,
desde el español hasta el ruso,
siempre con expresión del mismo sentimiento de paz y alegría.

A lo largo de los años se ha comprobado que este sencillo villancico
 tiene poder para inspirar una paz celestial.
Durante la tregua de Navidad de 1914, por ejemplo,
los soldados alemanes en las trincheras del frente occidental comenzaron a cantarlo,
 y a sus voces se unieron las de los soldados británicos, 
situados al otro lado de la tierra de nadie.

Durante esa misma guerra, en un campo de concentración siberiano,
los prisioneros alemanes, austriacos y húngaros entonaron a coro Noche de Paz.

En la Checoslovaquia ocupada por los nazis, en 1944,
un oficial alemán que visitaba un orfanato preguntó si alguno de los niños sabía cantar 
Noche de paz en alemán.
 Un niño y una niña se adelantaron con paso vacilante,
y comenzaron a entonar Stille Nacht, heilige Nacht!
El oficial sonrió, y entonces los pequeños callaron, 
como si de repente hubieran recordado
 algo que los aterrara.
 En esa región del país, la mayor parte de la gente que hablaba ese idioma era judía. 
Viendo su temor, el oficial los tranquilizó. –No teman- les dijo.
También a él lo había tocado la magia de la canción.

Siete años más adelante, durante la guerra de Corea, un soldado estadounidense
 llamado John Thorsness se hallaba de guardia en una Nochebuena
 cuando le pareció oír acercarse al enemigo.
 Sin retirar el dedo del gatillo, vio que un grupo de coreanos aparecía en la oscuridad.
 Iban sonrientes.
Luego, para asombro del soldado, entonaron Noche de paz, 
ólo para él.
Después se perdieron en las sombras.

También nosotros conservamos un recuerdo relacionado con esa canción,
el cual se remonta a la primera Nochebuena que celebramos en nuestra iglesia. 
Cuando entramos, un diácono nos entregó una velita blanca a cada uno.

Al cabo de una hora de cantos y lecturas bíblicas, apagaron las luces.
 El ministro encendió una velita con un cirio del altar y se dirigió
 a 2 personas que estaban sentadas en el primer banco.
 Esas personas, a su vez, encendieron sus velas
 y las de los feligreses que estaban junto a ellas.

Desde el fondo vimos cómo avanzaba, de banco en banco, la ola de luces inquietas.
 Luego empezó a sonar el órgano,
 y todos entonamos aquella canción nacida una Nochebuena,
 a muchos kilómetros y muchos años de distancia:
 “Noche de paz, noche de amor. Todo duerme en derredor...”

Al terminar el último verso, permanecimos en silencio a la luz de las velas.
Aquella letra tan familiar y aquella sencilla melodía 
se habían quedado en nuestros corazones, 
como se habían quedado en el corazón de millares de personas del mundo entero
 desde el día en que, hace 176 años, un joven sacerdote y su amigo,
maestro de escuela, cantaron Noche de paz por primera vez.

Selecciones Reader’s Digest Diciembre 1994 P. 41
                                    

 Gracias Liliana Kaminsky por compartir hasta los últimos tramos de este 2012.
Feliz 2013 para vos y los tuyos.
Un abrazo.

                                                                            

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