Mi papá murió cuando yo tenía 14 años;
Partió amargado
y solitario, alegando que quería vivir su propia vida.
Lo hizo a pesar de que no teníamos qué comer.
Fue alcohólico, aunque decía que podía dejar de tomar
en cualquier momento.
Nunca me abrazó, porque según él los hombres no se
demuestran ternura.
No jugó conmigo ni con mis hermanos, porque eso es
asunto de las mamás.
No sabía nada de mí, pero cuando yo cometía un error
era implacable conmigo.
Decía que trabajaba
para su familia;
sin embargo en la práctica éramos la última de sus
prioridades.
Durante años lo resentí.
Marqué con ese rencor todas mis ilusiones e hice más
frustrantes mis desilusiones.
Un día me casé con una mujer maravillosa y me prometí
que no iba a ser como él.
Pensaba que ser buen padre era tratar bien a los míos,
darles lo mejor que pudiera y estar con ellos cuando
me necesitaran.
Un día le pregunté a mi esposa por qué mis hijos no me
hacían caso a mí, sino a ella.
Quería
averiguar por qué los niños no disfrutaban estando conmigo.
¿Sabes? – me respondió.
– Cuando estás con ellos lo haces más porque es tu
responsabilidad y no porque sea tu privilegio.
Tus hijos van a
disfrutar de ti sólo cuando tú disfrutes de ellos.
Me di cuenca que era tanto mi resentimiento y mi deseo
de ser diferente a mi papá
que me estaba
pareciendo a él.
Mi padre no estaba en la casa por borracho…. Y yo por
responsable.
Él era lejano porque los problemas de los niños eran
cosa de mujeres,...
y yo porque
quería ser estricto y educarlos bien.
Entonces comencé a descubrir las maravillas de pasar
el tiempo con mis hijos,
a jugar con ellos, a integrarme a su vida.
Dejé de intentar que ellos fueran como yo esperaba, y empecé
a apreciar lo que ellos eran.
Me permití inspirarme con su alegría y espontaneidad.
Caí en cuenta de que yo podía crecer con ellos.
Ya no me esforzaba por ser el adulto que lo sabía
todo;
más bien me inclinaba a ser más la persona que quiere
enseñar,
pero que
también está dispuesta a aprender; que no sólo sabe dar, sino que sabe recibir.
Esto no ha sido fácil.
Aún me descubro
autoritario, lejano, rígido, impulsivo.
Entonces
recuerdo que eso no es lo que soy, y me abro de nuevo al regalo de la vida,
de los míos, de mi esposa y de mis hijos.
Hoy Día del Padre, celebro mi oportunidad de ser
padre,
los abrazos de mis hijos, los ejércitos de enanos que
crean caos de fantasía,
que rompen
nuestros esquemas a punta de sonrisas e indolencias.
La infancia de mi padre fue más dura que la mía.
Le enseñaron
que la vida era una carga.
Él para su padre fue una carga. No conoció la ternura,
ni el apoyo;
nadie se sintió orgulloso de él, y él tampoco aprendió
a sentirse orgulloso de sí mismo.
Papá, antes de que te fueras hubiera querido decirte
que para mí, al igual que para ti,
ser niño no fue fácil, pero es más difícil se adulto
si encadeno mi vida y la de los míos
a los rencores
y a los fantasmas del pasado.
Quiero perdonarte, darte la libertad en mi corazón de
ser un buen padre;
reconocer que a
tu manera hiciste lo mejor que pudiste con tu vida.
Sé que sentiste el dolor de tus propios errores.
No me será fácil convertir en ángeles mis fantasmas,
pero abriré con
determinación las puertas de la aceptación y la gratitud.
Papá, me siento orgulloso de ti, porque sin ti yo no
sería lo que soy,
porque tu vida
me ayudó a encontrar mi camino; tu dolor me ayudó a evitar el mío;
tus cualidades florecen en mí, y valoro como un tesoro
haberlas heredado de ti.
Sería
importante que cada uno pudiera hoy reconciliarse con su pasado…
valorar lo
bueno de la vida y agradecer a quienes han aportado a lo que eres hoy.
Desconozco el autor, extraído de la red
Un abrazo.
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