¿Quién fue
Paracelso?
Philippus Aureolus Theophrastus Paracelsus
Bombastus von Hohenheim, “Paracelso” nació el 17 de diciembre de 1493 en
Einsiedeln, Suiza. Falleció el 24 de septiembre de 1541. Su lápida lo recuerda
así: "Aquí yace Felipe Teofrasto Bombast von Hohenheim. Famoso doctor en
Medicina que curó toda clase de heridas; la lepra, la gota, la hidropesía y
otras varias enfermedades del cuerpo, con ciencia maravillosa". Fue el
iniciador de la química farmacológica y se adelantó en la marcha de la medicina
hacia las ciencias naturales. La continuidad histórica se va a establecer en el
siglo XVII con una nueva corriente: la iatroquímica. Se anticipó a todos en la
experimentación de vacunas, la descripción de la pneumoconiosis, el descubrimiento
de la relación entre cretinismo y bocio y el empleo del hierro y otras
substancias inorgánicas en la terapéutica; además, introdujo la noción de
enfermedades metabólicas con la idea de enfermedades tartáricas, en que el
tártaro, el veneno, aparecía depositado en los órganos, y la idea de
substancias químicas como fármacos específicos. Creador de la palabra
espagiria: "separar para volver a reunir de una forma nueva" y
desarrolló a través de ella: sales, elixires, tinturas, piedras vegetales y
otros preparados que apuntan a la sanación en forma holística. Sus remedios
nunca operaron solamente sobre los síntomas corpóreos de la enfermedad, sino
también sobre las causas espirituales de las enfermedades.
Su padre era médico. Junto a los bosques, montes y ríos de su ciudad natal y a los hombres rudos de ese país, su padre le enseñó las primeras letras y le hizo conocer y admirar la naturaleza. Desde niño acompañó a su padre en las visitas a enfermos. A los 6 años de edad murió su madre. Tenía 8 años cuando se trasladaron a los Alpes austríacos, a Villach, junto a una abadía de los benedictinos. Allí tuvo contacto con otros hombres, también rudos, los mineros, y conoció las minas y los hornos y el arte de separación de elementos químicos. Recibió su primera educación de los monjes del monasterio. Su primer maestro fue su padre, quedando así una vez más demostrado que más se aprende con el ejemplo que con el precepto, lo instruyó en latín, botánica y cirugía. En su juventud lo envían al monasterio de los benedictinos de San Andrés en Levanthal y allí se conoce con el obispo Eberhard Baumgartener gran alquimista. Luego pasa a Basilea donde continúa con los estudios y allí es cuando reconoce que es imposible dedicarse a la medicina sin saber astrología...
Primero estudió las artes liberales (trivium: gramática, retórica, dialéctica, cuadrivium: geometría, aritmética, música y astronomía) probablemente en Viena, para luego ser médico, y, con ese fin, se fue a Ferrara, en Italia. Allí al parecer se título de doctor, y siguiendo la costumbre de la época, latinizó su nombre y eligió el de Paracelsus. Ya en el momento de titularse, a los 23 años, sentía tener experiencia, había crecido observando la naturaleza y, junto a su padre, también a los enfermos. Convencido de que el arte de sanar había que buscarlo en la naturaleza y no en los libros y de que había que salir y recorrer el mundo para conocer las enfermedades y las medicinas naturales que usaban los campesinos, los artesanos, los barberos y las mujeres del pueblo. Entonces inició su largo viaje por Europa, en que llegó hasta Moscú, de allí, descendiendo a través de Kiev por los Balcanes, llegó al Asia Menor y a Egipto, desde donde regresó a Villach pasando por Italia. Su peregrinación duró 12 años. Muchos jóvenes lo siguieron en estas andanzas. Dijo entonces: Comadronas, curanderos, nigromantes, barberos, pastores y campesinos saben muchas cosas que aparentemente no han sido tomadas en consideración por los doctores eruditos. Los barberos, los médicos del pueblo, saben el arte de curar, no a merced de los libros sino a través de la luz de la naturaleza o por la tradición procedente de los antiguos magos.
Se caracterizó por poseer una sabiduría multidisciplinaria propia de los genios. Sus trabajos conjugarían la alquimia, la espagírica y las ciencias sagradas, con las raíces milenarias de la medicina clásica griega y árabe con sustento en el conocimiento egipcio. Tenía poco más de 30 años. Entonces, habiendo arrojado su gorra de doctor y habiéndola cambiado por un sombrero blando, escribió su primera obra, Paramirum, pero no lo hizo en latín sino en alemán. Es una obra de juventud, una obra esquemática en que analiza las causas generales de las enfermedades. Cinco esferas o entia determinan la vida humana: en astrales, ens veneni, ens naturale, ens spirituale, ens Dei. Ens astrale, pues toda persona nace en el momento de una constelación y es hijo de su tiempo. Ens veneni, pues el hombre es parte de la naturaleza, está expuesto a sufrir la acción de las cosas que toma del mundo circundante. Ens naturale trata del camino que recorre el hombre desde su nacimiento hasta la muerte, camino determinado por su constitución y destino. Ens spirituale, pues el hombre tiene cuerpo y espíritu, y por el espíritu el mundo circundante se convierte para cada individuo en un mundo distinto y el hombre se hace pensador y creador. La enfermedad viene de la alteración del orden de estas cuatro esferas, la curación está determinada por la quinta: ens Dei.
Su padre era médico. Junto a los bosques, montes y ríos de su ciudad natal y a los hombres rudos de ese país, su padre le enseñó las primeras letras y le hizo conocer y admirar la naturaleza. Desde niño acompañó a su padre en las visitas a enfermos. A los 6 años de edad murió su madre. Tenía 8 años cuando se trasladaron a los Alpes austríacos, a Villach, junto a una abadía de los benedictinos. Allí tuvo contacto con otros hombres, también rudos, los mineros, y conoció las minas y los hornos y el arte de separación de elementos químicos. Recibió su primera educación de los monjes del monasterio. Su primer maestro fue su padre, quedando así una vez más demostrado que más se aprende con el ejemplo que con el precepto, lo instruyó en latín, botánica y cirugía. En su juventud lo envían al monasterio de los benedictinos de San Andrés en Levanthal y allí se conoce con el obispo Eberhard Baumgartener gran alquimista. Luego pasa a Basilea donde continúa con los estudios y allí es cuando reconoce que es imposible dedicarse a la medicina sin saber astrología...
Primero estudió las artes liberales (trivium: gramática, retórica, dialéctica, cuadrivium: geometría, aritmética, música y astronomía) probablemente en Viena, para luego ser médico, y, con ese fin, se fue a Ferrara, en Italia. Allí al parecer se título de doctor, y siguiendo la costumbre de la época, latinizó su nombre y eligió el de Paracelsus. Ya en el momento de titularse, a los 23 años, sentía tener experiencia, había crecido observando la naturaleza y, junto a su padre, también a los enfermos. Convencido de que el arte de sanar había que buscarlo en la naturaleza y no en los libros y de que había que salir y recorrer el mundo para conocer las enfermedades y las medicinas naturales que usaban los campesinos, los artesanos, los barberos y las mujeres del pueblo. Entonces inició su largo viaje por Europa, en que llegó hasta Moscú, de allí, descendiendo a través de Kiev por los Balcanes, llegó al Asia Menor y a Egipto, desde donde regresó a Villach pasando por Italia. Su peregrinación duró 12 años. Muchos jóvenes lo siguieron en estas andanzas. Dijo entonces: Comadronas, curanderos, nigromantes, barberos, pastores y campesinos saben muchas cosas que aparentemente no han sido tomadas en consideración por los doctores eruditos. Los barberos, los médicos del pueblo, saben el arte de curar, no a merced de los libros sino a través de la luz de la naturaleza o por la tradición procedente de los antiguos magos.
Se caracterizó por poseer una sabiduría multidisciplinaria propia de los genios. Sus trabajos conjugarían la alquimia, la espagírica y las ciencias sagradas, con las raíces milenarias de la medicina clásica griega y árabe con sustento en el conocimiento egipcio. Tenía poco más de 30 años. Entonces, habiendo arrojado su gorra de doctor y habiéndola cambiado por un sombrero blando, escribió su primera obra, Paramirum, pero no lo hizo en latín sino en alemán. Es una obra de juventud, una obra esquemática en que analiza las causas generales de las enfermedades. Cinco esferas o entia determinan la vida humana: en astrales, ens veneni, ens naturale, ens spirituale, ens Dei. Ens astrale, pues toda persona nace en el momento de una constelación y es hijo de su tiempo. Ens veneni, pues el hombre es parte de la naturaleza, está expuesto a sufrir la acción de las cosas que toma del mundo circundante. Ens naturale trata del camino que recorre el hombre desde su nacimiento hasta la muerte, camino determinado por su constitución y destino. Ens spirituale, pues el hombre tiene cuerpo y espíritu, y por el espíritu el mundo circundante se convierte para cada individuo en un mundo distinto y el hombre se hace pensador y creador. La enfermedad viene de la alteración del orden de estas cuatro esferas, la curación está determinada por la quinta: ens Dei.
En esta primera obra se ve ya al Paracelso místico y astrólogo.
Es un intento de antropología médica.
Después de una corta estadía en Villach, se fue a Salzburgo y luego a Estrasburgo. Pero aunque Estrasburgo parecía una ciudad ideal para vivir en la quietud tras haber recorrido el mundo y acumulado tanta experiencia, un hecho ocurrido en 1526 lo hizo trasladarse a la vecina Basilea. Había enfermado el famoso impresor Frobenius, junto al cual vivía Erasmo de Rotterdam. Los médicos le habían diagnosticado una gangrena del pie a Frobenius y habían aconsejado la amputación. Y Erasmo, que había oído hablar de ese extraño médico y de sus curas asombrosas, aconsejó mandarlo a buscar. Así llegó Paracelso a Basilea y curó a Frobenius. El ayuntamiento de la ciudad ofreció a Paracelso la vacante de médico municipal, con licencia para dar clases en la Universidad. Se había cumplido el gran deseo de Paracelso de poder transmitir su experiencia.
Pero no alcanzó a durar un año, el de 1527, en Basilea, pues empezó publicando un programa revolucionario, que decía así: "No vamos a seguir las enseñanzas de los viejos maestros, sino la observación de la naturaleza, confirmada por una larga práctica y experiencia. ¿Quién ignora que la mayor parte de los médicos dan falsos pasos en perjuicio de sus enfermos? Y esto sólo por atenerse a las palabras de Hipócrates, Galeno, Avicena y otros. Lo que el médico necesita es el conocimiento de la naturaleza y de sus secretos. Yo comentaré, por lo tanto, cotidianamente, durante dos horas en público y con gran diligencia para provecho de mi auditorio, el contenido de los libros de medicina interna y cirugía práctica y teórica, de los cuales yo mismo soy autor. No he escrito estos libros como muchas otras personas repitiendo lo que han dicho Hipócrates o Galeno, sino que los he creado basándome en mi experiencia, que es la máxima maestra de todas las cosas. Y lo demostraré, no con las palabras de las autoridades, sino mediante experimentos y consideraciones razonables. Si vosotros, queridos lectores míos, sentís el afán de entrar en estos secretos divinos, si alguno quiere aprender en breve tiempo toda la medicina, que venga a Basilea a visitarme y encontrará todavía más de lo que puedo decir con palabras. Para explicarme con mayor claridad indicaré, como ejemplo, que no creo en el dogma de los humores con el que los antiguos explican equivocadamente todas las enfermedades; pues únicamente una mínima parte de los médicos de hoy tiene un conocimiento más exacto de las enfermedades, de sus causas y de sus días críticos. Prohíbo hacer juicios superficiales sobre Teofrasto antes de haberlo oído. Que Dios os guarde y os haga comprender benévolamente la reforma de la medicina. Basilea, día 5 de junio de 1527.
Paracelso nunca vio a sus pacientes como simples números, los atendió en sanación del cuerpo, el alma y el espíritu en su conjunto. No fue en contra de las ciencias sagradas, aprovechó sus raíces al máximo. Conjugó el poder de las influencias de los astros, las formas, las sustancias y sus signaturas planetarias con un arte ejemplar. Fue expulsado de la ciudad de Basilea, fruto de una campaña de desprestigio, mantenida por el resto de los médicos, de tendencias conservadoras y materialistas. Esta campaña contra Paracelso se debió a que no reconocía ninguna otra autoridad médica por encima de él que no fuera la naturaleza, obteniendo favorables resultados en sus tratamientos, situación esta que desesperaba a la clase médica de entonces. La cosmología de Paracelso es por demás vasta: con plena raíz cristiana bajo el poder del Espíritu Santo, obró acelerando los procesos de la madre naturaleza. Hizo una verdadera ciencia con conciencia como es la alquimia en todos sus estadios.
Paracelso fue tachado de hereje de la misma manera que los gnósticos, y sus enemigos le definían como vagabundo, pero él sólo seguía las pautas de la naturaleza. Al mismo tiempo aplico la enseñanza que por medio de la alquimia le era revelada. Como dice en su Fragmenta medica,” el objeto de la alquimia no es transformar metales innobles en plata u oro, sino crear un remedio contra todas las enfermedades.” Se dice que Paracelso aprendió el arte de la alquimia durante uno de sus viajes a Constantinopla, de boca de Salomón Trismosin.
Según Paracelso, la naturaleza muestra el proceso de la curación. El médico es sólo un instrumento, su tarea consiste en descubrir las relaciones ocultas, coordinar una parte con otra. "Tan pronto como el hombre llega al conocimiento de sí mismo, no necesita ya ninguna ayuda ajena."
Paracelso concibió al cosmos como un organismo, y al hombre, como un microcosmos, ambos formados por las mismas substancias químicas. Azufre, mercurio y sal son para él las substancias esenciales del organismo, cuya proporción mantiene o modifica el archeus, principio vital. Paracelso quería la unión del alma y el espíritu divino, para concebir el funcionamiento del Espíritu Universal dentro de la Naturaleza. En sus escritos se lee: “la Magia es sabiduría, es el empleo consciente de las fuerzas espirituales, para la obtención de fenómenos visibles, o tangibles, reales o ilusorios, es el uso bienhechor del poder de la voluntad, del amor y de la imaginación; es la fuerza más poderosa del espíritu humano empleada en el bien. La Magia no es brujería.”
Paracelso hablaba abiertamente de los cuatros reinos de la naturaleza como: Fuego, Aire, Agua y Tierra como lo hacían los antiguos. En su laboratorio no faltaban los artilugios propios de un gran alquimista, como crisoles, balanzas, alambiques, fuelles, etc. Del macrocosmos y microcosmos hombre decía: “un médico antes de extender una receta debe mirar el cielo” “No se puede comprender al hombre, sino por medio del cielo, pues somos hijos del cielo”. “la fe es una estrella luminosa que guía al investigador a través de los secretos de la Naturaleza. Es necesario buscar vuestro punto de apoyo en Dios”.
Veamos como definía a un verdadero médico: "Aquel que puede curar enfermedades es médico. Ni los emperadores, ni los papas, ni los colegas, ni las escuelas superiores pueden crear médicos. Pueden conferir privilegios y hacer que una persona que no es médico, aparezca como si lo fuera pueden darle permiso para matar, pero no pueden darle el poder de sanar; no pueden hacerle médico verdadero si no ha sido ya ordenado por Dios. El verdadero médico no se jacta de su habilidad ni alaba sus medicinas, ni procura monopolizar el derecho de explotar al enfermo, pues sabe que la obra ha de alabar al maestro y no el maestro a la obra. Hay un conocimiento que deriva del hombre y otro que deriva de Dios por medio de la luz de la Naturaleza. El que no ha nacido para médico, nunca lo será. El médico debe ser leal y caritativo. El egoísta muy poco hará en favor de sus enfermos. Conocer las experiencias de los demás es muy útil para un médico, pero toda la ciencia de los libros no basta para hacer médico a un hombre, a menos que lo sea ya por naturaleza. Sólo Dios da la sabiduría médica".
El hombre es triple: pertenece al mundo visible por su cuerpo físico, al mundo sideral por su cuerpo astral, y al mundo espiritual por su Alma inmortal o Mens. El Alma humana (no condicionada por las imperfecciones y defectos psicológicos) posee en sí todas las ciencias en estado latente. Quien se conoce a sí mismo, conoce implícitamente a Dios. Para él el universo es un perpetuo flujo y reflujo de vida, que pasa por el hombre para ir de Dios a las cosas y de las cosas a Dios.
Paracelso se muestra fiel a la ortodoxia alquímica, con los tres principios (sal, azufre y mercurio) y los cuatro elementos, si bien esta teoría la desarrolló más ampliamente para provecho de las siguientes generaciones. Según él, a partir del Yliaster, primera materia, surgen dos principios: uno negativo, femenino y pasivo; otro positivo, masculino y activo. Del encuentro de ambos surge el Caos, el Hyle, la materia primitiva que es el génesis de todo lo creado. Gracias a la luz, surgen de allí los cuatro elementos, y a partir de ese momento los diferentes seres que pueblan el universo. Sus trabajos son materia de estudio hasta el presente, ya que muchos de ellos fueron escritos en códigos de palabras propios de los alquimistas revelados, donde es necesario poseer cierto conocimiento y guía de Dios para llegar a buen puerto.
Después de una corta estadía en Villach, se fue a Salzburgo y luego a Estrasburgo. Pero aunque Estrasburgo parecía una ciudad ideal para vivir en la quietud tras haber recorrido el mundo y acumulado tanta experiencia, un hecho ocurrido en 1526 lo hizo trasladarse a la vecina Basilea. Había enfermado el famoso impresor Frobenius, junto al cual vivía Erasmo de Rotterdam. Los médicos le habían diagnosticado una gangrena del pie a Frobenius y habían aconsejado la amputación. Y Erasmo, que había oído hablar de ese extraño médico y de sus curas asombrosas, aconsejó mandarlo a buscar. Así llegó Paracelso a Basilea y curó a Frobenius. El ayuntamiento de la ciudad ofreció a Paracelso la vacante de médico municipal, con licencia para dar clases en la Universidad. Se había cumplido el gran deseo de Paracelso de poder transmitir su experiencia.
Pero no alcanzó a durar un año, el de 1527, en Basilea, pues empezó publicando un programa revolucionario, que decía así: "No vamos a seguir las enseñanzas de los viejos maestros, sino la observación de la naturaleza, confirmada por una larga práctica y experiencia. ¿Quién ignora que la mayor parte de los médicos dan falsos pasos en perjuicio de sus enfermos? Y esto sólo por atenerse a las palabras de Hipócrates, Galeno, Avicena y otros. Lo que el médico necesita es el conocimiento de la naturaleza y de sus secretos. Yo comentaré, por lo tanto, cotidianamente, durante dos horas en público y con gran diligencia para provecho de mi auditorio, el contenido de los libros de medicina interna y cirugía práctica y teórica, de los cuales yo mismo soy autor. No he escrito estos libros como muchas otras personas repitiendo lo que han dicho Hipócrates o Galeno, sino que los he creado basándome en mi experiencia, que es la máxima maestra de todas las cosas. Y lo demostraré, no con las palabras de las autoridades, sino mediante experimentos y consideraciones razonables. Si vosotros, queridos lectores míos, sentís el afán de entrar en estos secretos divinos, si alguno quiere aprender en breve tiempo toda la medicina, que venga a Basilea a visitarme y encontrará todavía más de lo que puedo decir con palabras. Para explicarme con mayor claridad indicaré, como ejemplo, que no creo en el dogma de los humores con el que los antiguos explican equivocadamente todas las enfermedades; pues únicamente una mínima parte de los médicos de hoy tiene un conocimiento más exacto de las enfermedades, de sus causas y de sus días críticos. Prohíbo hacer juicios superficiales sobre Teofrasto antes de haberlo oído. Que Dios os guarde y os haga comprender benévolamente la reforma de la medicina. Basilea, día 5 de junio de 1527.
Paracelso nunca vio a sus pacientes como simples números, los atendió en sanación del cuerpo, el alma y el espíritu en su conjunto. No fue en contra de las ciencias sagradas, aprovechó sus raíces al máximo. Conjugó el poder de las influencias de los astros, las formas, las sustancias y sus signaturas planetarias con un arte ejemplar. Fue expulsado de la ciudad de Basilea, fruto de una campaña de desprestigio, mantenida por el resto de los médicos, de tendencias conservadoras y materialistas. Esta campaña contra Paracelso se debió a que no reconocía ninguna otra autoridad médica por encima de él que no fuera la naturaleza, obteniendo favorables resultados en sus tratamientos, situación esta que desesperaba a la clase médica de entonces. La cosmología de Paracelso es por demás vasta: con plena raíz cristiana bajo el poder del Espíritu Santo, obró acelerando los procesos de la madre naturaleza. Hizo una verdadera ciencia con conciencia como es la alquimia en todos sus estadios.
Paracelso fue tachado de hereje de la misma manera que los gnósticos, y sus enemigos le definían como vagabundo, pero él sólo seguía las pautas de la naturaleza. Al mismo tiempo aplico la enseñanza que por medio de la alquimia le era revelada. Como dice en su Fragmenta medica,” el objeto de la alquimia no es transformar metales innobles en plata u oro, sino crear un remedio contra todas las enfermedades.” Se dice que Paracelso aprendió el arte de la alquimia durante uno de sus viajes a Constantinopla, de boca de Salomón Trismosin.
Según Paracelso, la naturaleza muestra el proceso de la curación. El médico es sólo un instrumento, su tarea consiste en descubrir las relaciones ocultas, coordinar una parte con otra. "Tan pronto como el hombre llega al conocimiento de sí mismo, no necesita ya ninguna ayuda ajena."
Paracelso concibió al cosmos como un organismo, y al hombre, como un microcosmos, ambos formados por las mismas substancias químicas. Azufre, mercurio y sal son para él las substancias esenciales del organismo, cuya proporción mantiene o modifica el archeus, principio vital. Paracelso quería la unión del alma y el espíritu divino, para concebir el funcionamiento del Espíritu Universal dentro de la Naturaleza. En sus escritos se lee: “la Magia es sabiduría, es el empleo consciente de las fuerzas espirituales, para la obtención de fenómenos visibles, o tangibles, reales o ilusorios, es el uso bienhechor del poder de la voluntad, del amor y de la imaginación; es la fuerza más poderosa del espíritu humano empleada en el bien. La Magia no es brujería.”
Paracelso hablaba abiertamente de los cuatros reinos de la naturaleza como: Fuego, Aire, Agua y Tierra como lo hacían los antiguos. En su laboratorio no faltaban los artilugios propios de un gran alquimista, como crisoles, balanzas, alambiques, fuelles, etc. Del macrocosmos y microcosmos hombre decía: “un médico antes de extender una receta debe mirar el cielo” “No se puede comprender al hombre, sino por medio del cielo, pues somos hijos del cielo”. “la fe es una estrella luminosa que guía al investigador a través de los secretos de la Naturaleza. Es necesario buscar vuestro punto de apoyo en Dios”.
Veamos como definía a un verdadero médico: "Aquel que puede curar enfermedades es médico. Ni los emperadores, ni los papas, ni los colegas, ni las escuelas superiores pueden crear médicos. Pueden conferir privilegios y hacer que una persona que no es médico, aparezca como si lo fuera pueden darle permiso para matar, pero no pueden darle el poder de sanar; no pueden hacerle médico verdadero si no ha sido ya ordenado por Dios. El verdadero médico no se jacta de su habilidad ni alaba sus medicinas, ni procura monopolizar el derecho de explotar al enfermo, pues sabe que la obra ha de alabar al maestro y no el maestro a la obra. Hay un conocimiento que deriva del hombre y otro que deriva de Dios por medio de la luz de la Naturaleza. El que no ha nacido para médico, nunca lo será. El médico debe ser leal y caritativo. El egoísta muy poco hará en favor de sus enfermos. Conocer las experiencias de los demás es muy útil para un médico, pero toda la ciencia de los libros no basta para hacer médico a un hombre, a menos que lo sea ya por naturaleza. Sólo Dios da la sabiduría médica".
El hombre es triple: pertenece al mundo visible por su cuerpo físico, al mundo sideral por su cuerpo astral, y al mundo espiritual por su Alma inmortal o Mens. El Alma humana (no condicionada por las imperfecciones y defectos psicológicos) posee en sí todas las ciencias en estado latente. Quien se conoce a sí mismo, conoce implícitamente a Dios. Para él el universo es un perpetuo flujo y reflujo de vida, que pasa por el hombre para ir de Dios a las cosas y de las cosas a Dios.
Paracelso se muestra fiel a la ortodoxia alquímica, con los tres principios (sal, azufre y mercurio) y los cuatro elementos, si bien esta teoría la desarrolló más ampliamente para provecho de las siguientes generaciones. Según él, a partir del Yliaster, primera materia, surgen dos principios: uno negativo, femenino y pasivo; otro positivo, masculino y activo. Del encuentro de ambos surge el Caos, el Hyle, la materia primitiva que es el génesis de todo lo creado. Gracias a la luz, surgen de allí los cuatro elementos, y a partir de ese momento los diferentes seres que pueblan el universo. Sus trabajos son materia de estudio hasta el presente, ya que muchos de ellos fueron escritos en códigos de palabras propios de los alquimistas revelados, donde es necesario poseer cierto conocimiento y guía de Dios para llegar a buen puerto.
1º Lo primero es mejorar la salud. Para ello hay que respirar con la mayor frecuencia posible, honda y rítmica, llenando bien los pulmones, al aire libre o asomado a una ventana. Beber diariamente en pequeños sorbos, dos litros de agua, comer muchas frutas, masticar los alimentos del modo más perfecto posible, evitar el alcohol, el tabaco y las medicinas, a menos que estuvieras por alguna causa grave sometido a un tratamiento. Bañarte diariamente, es un habito que debes a tu propia dignidad.
2º Desterrar absolutamente de tu ánimo, por más motivos que existan, toda idea de pesimismo, rencor, odio, tedio, tristeza, venganza y pobreza.
Huir como de la peste de toda ocasión de tratar a personas maldicientes, viciosas, ruines, murmuradoras, indolentes, chismosas, vanidosas o vulgares e inferiores por natural bajeza de entendimiento o por tópicos sensualistas que forman la base de sus discursos u ocupaciones. La observancia de esta regla es de importancia decisiva: se trata de cambiar la espiritual contextura de tu alma. Es el único medio de cambiar tu destino, pues este depende de nuestros actos y pensamientos. El azar no existe.
3º Haz todo el bien posible. Auxilia a todo desgraciado siempre que puedas, pero jamás tengas debilidades por ninguna persona. Debes cuidar tus propias energías y huir de todo sentimentalismo.
4º Hay que olvidar toda ofensa, más aún: esfuérzate por pensar bien del mayor enemigo. Tu alma es un templo que no debe ser jamás profanado por el odio. Todos los grandes seres se han dejado guiar por esa suave voz interior, pero no te hablara así de pronto, tienes que prepararte por un tiempo; destruir las superpuestas capas de viejos hábitos, pensamientos y errores que pesan sobre tu espíritu, que es divino y perfecto en sí, pero impotente por lo imperfecto del vehículo que le ofreces hoy para manifestarse, la carne flaca.
5º Debes recogerte todos los días en donde nadie pueda turbarte, siquiera por media hora, sentarte lo más cómodamente posible con los ojos medio entornados y no pensar en nada. Esto fortifica enérgicamente el cerebro y el Espíritu y te pondrá en contacto con las buenas influencias. En este estado de recogimiento y silencio, suelen ocurrírsenos a veces luminosas ideas, susceptibles de cambiar toda una existencia. Con el tiempo todos los problemas que se presentan serán resueltos victoriosamente por una voz interior que te guiara en tales instantes de silencio, a solas con tu conciencia. Ese es el daimon de que habla Sócrates.
6º Debes guardar absoluto silencio de todos tus asuntos personales. Abstenerse, como si hubieras hecho juramento solemne, de referir a los demás, aun de tus más íntimos todo cuanto pienses, oigas, sepas, aprendas, sospeches o descubras. Por un largo tiempo al menos debes ser como casa tapiada o jardín sellado. Es regla de suma importancia.
7º Jamás temas a los hombres ni te inspire sobresalto el día de mañana.
Ten tu alma fuerte y limpia y todo te saldrá bien.
Jamás te creas solo ni débil, porque hay detrás de ti ejércitos poderosos, que no concibes ni en sueños.
Si elevas tu espíritu no habrá mal que pueda tocarte.
El único enemigo a quien debes temer es a ti mismo.
El miedo y desconfianza en el futuro son madres funestas de todos los fracasos, atraen las malas influencias y con ellas el desastre.
Si estudias atentamente a las personas de buena suerte, veras que intuitivamente, observan gran parte de las reglas que anteceden. Muchas de las que allegan gran riqueza, muy cierto es que no son del todo buenas personas, en el sentido recto, pero poseen muchas virtudes que arriba se mencionan. Por otra parte, la riqueza no es sinónimo de dicha; Puede ser uno de los factores que a ella conduce, por el poder que nos da para ejercer grandes y nobles obras; pero la dicha más duradera solo se consigue por otros caminos; allí donde nunca impera el antiguo Satán de la leyenda, cuyo verdadero nombre es el egoísmo. Jamás te quejes de nada, domina tus sentidos; huye tanto de la humildad como de la vanidad. La humildad te sustraerá fuerzas y la vanidad es tan nociva, que es como si dijéramos: pecado mortal contra el Espíritu Santo.
La alquimia de Paracelso (Según Jung)
Un
médico alquimista
Con motivo del 400 aniversario de la muerte de Paracelso (1493-1541), el
psicólogo y hermeneuta Carl Gustav Jung -suizo también-, pronunció dos
conferencias en septiembre y octubre de 1941 que un año después conformarían el
libro Paracélsica, editado por vez primera en castellano, en 1966, por editorial
Sur (que es la edición consultada), y que recientemente ha sido publicada en
Paidós.
El aspecto que vamos a abordar de Paracelso será su faceta alquimista.
"Paracelso es también, además de otras cosas, y tal vez más profundamente,
un ‘filósofo alquimista’, cuya concepción religiosa del mundo, está en
oposición al pensamiento y la fe cristiana. Él fue inconsciente de esta
oposición, que es para nosotros casi inextricable", resume Jung en su
prólogo al abordar su Opera omnia, formada por 2.600 folios y editada en 1616
(p.10). Jung ve en el viajero incansable y médico altruista que fue Paracelso a
un precursor de la medicina química, así como de la psicología empírica y de la
terapéutica psicológica (p.139).
A Paracelso "se le puede caracterizar como un crisol alquímico en
el que hombres, dioses y demonios de aquella época exorbitante de la primera
mitad del siglo XVI, han vertido cada uno de por sí su savia individual",
sintetiza Jung (p.12), a la par que asegura que la segunda parte del Fausto de
Goethe (obra alquimista, en opinión de Jung) presenta "algunas vigorosas
sugestiones del espíritu paracélsico"(p.37). Su discípulo más importante
fue el alquimista y médico alemán, Gerhart Dorn (Gerardus Dorneus).
Como médico y alquimista otorgaba gran importancia al orden cósmico
tradicional de la astrología; orden en el que existe un entrelazo espiritual y
físico entre el macrocosmos y el microcosmos, identificándose a éste con el ser
humano: "Pues el cielo es el hombre y el hombre es el cielo, y todos los
hombres un cielo y el cielo sólo un hombre". Éste último era denominado
por Paracelso como "hombre grande", "Adech" o
"Archeus", "Protothoma", "Idechtrum"..., que no
son sino nombres que personifican al concepto hermético del Antrhopos u
"hombre primigenio", que suele tener casi siempre una magnitud
cósmica y que, en otras cosmogonías, son Prajapati y Purusha en los Vedas,
Gayomard en Irán, Metratón en el Zohar kabalístico.., etc.
Paracelso, en este sentido, insistía en la presencia del Astrum in
corpore. He aquí algunas de sus afirmaciones: "El verdadero hombre es el
astro en nosotros", "El astro desea llevar al hombre a una gran
sabiduría", escribió igualmente. La fuerza de la acción del astro en el
hombre es la imaginativo (meditación), por la que fluye la influencia del
"hombre interior superior", del Antrhopos, que no es sino el Sí-Mismo
de la psicología junguiana..
Paracelso insistía en que el auténtico médico tenía que tener
conocimientos alquimistas para diagnosticar y curar. "La alquimia -explica
Jung- no es sólo una especulación química tal como la entendemos hoy, sino que
es, y en mayor medida, un procedimiento filosófico de transformación, es decir,
una especie de Yoga, en cuanto éste apunta a una transformación anímica. Por
esta razón los alquimistas han establecido un paralelismo entre la ‘Transmutativo’
y el simbolismo de la transfiguración de la iglesia cristiana"
La alquimia
fue empleada por Paracelso, como hemos dicho, para la farmacognosis y
farmacopea, así como para fines filosóficos. Pero ¿qué hay que entender por
alquimia? Veamos lo que dice Jung al respecto (p.52):
"La
alquimia contenía ya desde los más antiguos tiempos una doctrina secreta, o
directamente lo era. Las concepciones paganas no desaparecieron de ningún modo
por la victoria del cristianismo bajo Constantino; continuaron vivas en la
curiosa terminología arcana y en la filosofía de la alquimia. Su principal
figura es Hermes, es decir, Mercurio, en su notable doble significado de
mercurio y alma del mundo, acompañado por el sol (el oro) y la luna (la plata).
La operación alquímica consiste esencialmente en una separación de la ‘prima
materia’, del llamado Caos, en lo activo, es decir, el alma, y lo pasivo, el
llamado cuerpo; los cuales volverán a reunirse personificados en una figura, en
la llamada ‘coniunctio’, la ‘boda química’; la ‘coniunctio’ es alegorizada como
Hieros Gamos, como boda ritual del sol y la luna. De esta unión surge el
llamado ‘filius sapientae’ o ‘philosophorum’, ‘Mercurius’ transformado, que
como signo de su acabada perfección era pensado como hermafrodita. El ‘opus
alchymicum’, a pesar de su aspecto químico, siempre fue pensado como una
especie de acción ritual, entendida en el sentido de un ‘opus divinum’; por eso
pudo ser presentada por Melchior Cibinensis, al comienzo del siglo XVI, como
una misa, ya que mucho antes el ‘filius’ o ‘lapis philosophorum’, había sido
concebido como ‘allegoria Christi’. Y es en virtud de esta tradición como se
entienden muchas cosas de Paracelso que de otro modo serían incomprensibles".
"En la
alquimia -señala Jung-, la materia es material y espiritual, y el espíritu es,
a su vez, espiritual y material". "En el primer caso la materia es
‘materia cruda, confusa, grossa, crassa, densa’; en el último, al contrario,
‘subtilis’. Así pensaba también Paracelso"
(p.76).
Paracelso, en
su Liber Paragranum, reconocería que por medio de la alquimia el mismo médico
"sazona", o sea madura espiritualmente, pero al mismo tiempo creía en
los grandes arcanos de la alquimia: la creación del homúnculo y la transformación
de los metales innobles en oro.
La luz de la naturaleza
Un concepto
trascendental en la filosofía alquimista paracélsica es el de la "luz de
la naturaleza" ("lumen naturae"), concepción que Jung retrotrae
a la obra Filosofía Oculta de Agrippa von Nettesheim, en 1510. Agrippa hablaba
aquí, en efecto, de la luminositas sensus naturae, que permitía incluso a los
animales augurar. Igualmente es un concepto primordial en Meister Eckhart.
Ahora bien, la
"luz natural" es, en verdad, una concepción muy antigua en el seno de
la alquimia. Se encuentra ya en la Carta de Aristóteles, Tractatus Aureus.
Texto extraído de la red
Gracias Pedro Debén por compartir.
Un abrazo.
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