ARRAS
POLDY BIRD
Oigo hablar de la
guerra desde que era pequeña.
Mis mayores
hablaban de la multiplicación de los muertos, del miedo, del horror, de las
sirenas masacrando el aire y los bombardeos convirtiendo en plomo las entrañas
de las ciudades. Cuando supe leer, leí en los diarios que la guerra seguía:
siempre en otro lugar, siempre con otros hombres, cada cual con su mochila, la
carta de su madre o de sus amigos.
La guerra era una
cosa que sucedía lejos, un espanto con apellido extranjero, un océano partiendo
en dos el llanto.
Y digo
"era" porque me la encontré de frente, una tarde con sol, rumbo
a Calais, allá, en Francia: en Arras. En medio de la primavera y del ocio. En
medio de un aire azul y tibio. Uno se preguntaba: ¿dónde estarán los muertos
de la guerra? Y de pronto los ve. Muchísimos. Ocupando su lugar materialmente.
Los largos cementerios militares de Arras. Kilómetros de cruces iguales sobre
un césped color verde nuevo.
Junto a la ruta,
sin cercos, sin muros. Te pensé, soldadito, todavía en formación, como si aquella
marcha no terminara nunca; todavía tomándola distancia al compañero, haciéndole
una broma al de adelante, recordando a tu perro, recordando la mano de tu madre
moviéndose como un leve molino para decir adiós, y una niña-novia aguardando al
cartero...
Qué tranquilo
reposo el de esta hora para tus huesos de relámpagos. Qué ganas de treparte por
el aire hasta alcanzar el viento del verano.
Tu padre viejo,
cada tanto, te deja un ramillete de flores y repisa los pasos de tu infancia,
reza, llora, maldice el haberte sobrevivido.
Tu madre
todavía te espera en Navidad, secretamente, empecinadamente.
Leo en la cruz tu
nombre: John. Y un apellido inglés.
-Son soldados
ingleses -dice alguien-, del desembarco de Normandía.
A pocos metros de
tus pies el campesino siembra; yo aprieto la mano de mi hija y murmuro una
plegaria.
-Esto es la guerra,
¿ves? -le digo a mi niña-, lo que se queda quieto para siempre; no la bandera
ni la bala ni la sangre ni los gritos; no la derrota ni el triunfo, sino esto:
un muchacho que se llamaba John (o Pierre o Manuel o Franz o Wing) y quedó
amordazado para siempre, sin poder hacer nada, sin poder crear nada, poder
decir no o decir sí, sin poder elegir. Eso es la guerra: un muchacho que no
podrá cambiar el mundo que lo obligaron a habitar los grandes, esos que hoy,
doblados ya por los años, pueden venir a ponerle flores...
Soldadito de Arras,
sin muros y sin cerco, cuenco de huesos de nácar donde el gusano bebe
agua de lluvia; tallo jugoso de amapola silvestre, colorante del pasto; raíz,
raíz.
Sin muros y sin
cerco y sin poder huir.
Qué tranquilo
reposo el de esta hora para tus veinte años de relámpago.
Un ángel niño, el
que cuidó tu infancia, revolotee en mariposas blancas.
Yo no te traje
flores. No sabía que iba a encontrarte en medio del camino, pero te dejo la
promesa de escribirle a tu muerte, de decir por el mundo que hubieras
preferido morir en una cama, envejecido, rodeado por tus hijos y tus nietos.
***
Dios: la guerra no
cesa. Yo sólo te pregunto si alcanzará la tierra para que los que mueren con
sus balas pueden tener su cruz, su flor, su ángel.
Gracias a Solotu por compartir.
Un abrazo.
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