domingo, 1 de julio de 2012

ARRAS, CUENTO DE POLDY BIRD, DEL LIBRO "ROMPER LAS CADENAS"‏


ARRAS
POLDY BIRD
 Oigo hablar de la guerra desde que era pe­queña.
Mis mayores hablaban de la multiplicación de los muertos, del miedo, del horror, de las sirenas masacrando el aire y los bombardeos convirtiendo en plomo las entrañas de las ciudades. Cuando supe leer, leí en los diarios que la guerra seguía: siempre en otro lugar, siempre con otros hombres, cada cual con su mochila, la car­ta de su madre o de sus amigos.
La guerra era una cosa que sucedía lejos, un es­panto con apellido extranjero, un océano par­tiendo en dos el llanto.
Y digo "era" porque me la encontré de frente, una tarde con sol, rumbo a Calais, allá, en Fran­cia: en Arras. En medio de la primavera y del ocio. En medio de un aire azul y tibio. Uno se preguntaba: ¿dónde estarán los muer­tos de la guerra? Y de pronto los ve. Muchísimos. Ocupando su lugar materialmente. Los largos cementerios militares de Arras. Kilómetros de cruces iguales sobre un césped color verde nuevo.
Junto a la ruta, sin cercos, sin muros. Te pensé, soldadito, todavía en formación, como si aque­lla marcha no terminara nunca; todavía tomándola distancia al compañero, haciéndole una broma al de adelante, recordando a tu perro, recordando la mano de tu madre moviéndose como un leve molino para decir adiós, y una niña-novia aguardando al cartero...
Qué tranquilo reposo el de esta hora para tus huesos de relámpagos. Qué ganas de treparte por el aire hasta alcanzar el viento del verano.
Tu padre viejo, cada tanto, te deja un ramillete de flores y repisa los pasos de tu infancia, reza, llora, maldice el haberte sobrevivido.
 Tu madre todavía te espera en Navidad, secre­tamente, empecinadamente.
Leo en la cruz tu nombre: John. Y un apellido inglés.
-Son soldados ingleses -dice alguien-, del desembarco de Normandía.
A pocos metros de tus pies el campesino siem­bra; yo aprieto la mano de mi hija y murmuro una plegaria.
-Esto es la guerra, ¿ves? -le digo a mi ni­ña-, lo que se queda quieto para siempre; no la bandera ni la bala ni la sangre ni los gritos; no la derrota ni el triunfo, sino esto: un mucha­cho que se llamaba John (o Pierre o Manuel o Franz o Wing) y quedó amordazado para siem­pre, sin poder hacer nada, sin poder crear nada, poder decir no o decir sí, sin poder elegir. Eso es la guerra: un muchacho que no podrá cambiar el mundo que lo obligaron a habitar los grandes, esos que hoy, doblados ya por los años, pueden venir a ponerle flores...
Soldadito de Arras, sin muros y sin cerco, cuenco de  huesos de nácar donde el gusano bebe agua de lluvia; tallo jugoso de amapola silvestre­­, colorante del pasto; raíz, raíz.
Sin muros y sin cerco y sin poder huir.
Qué tranquilo reposo el de esta hora para tus veinte años de relámpago.
Un ángel niño, el que cuidó tu infancia, revolotee en mariposas blancas.
Yo no te traje flores. No sabía que iba a encon­­­trarte en medio del camino, pero te dejo la promesa­­­ de escribirle a tu muerte, de decir por el mundo que hubieras preferido morir en una ca­ma, envejecido, rodeado por tus hijos y tus nietos.
***
Dios: la guerra no cesa. Yo sólo te pregunto si alcanzará la tierra para que los que mueren con sus balas pueden tener su cruz, su flor, su ángel.
Gracias a Solotu por compartir.
Un abrazo. 


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